Cabo Delgado, la más norteña de las provincias mozambiqueñas, duele. La invasión de la industria gasífera transnacional, los ataques de grupos extremistas y el despliegue militar de un gobierno que parece odiar a su pueblo, crean un caldo de cultivo que da miedo: asesinatos, desapariciones forzadas, persecución de periodistas y militantes sociales, desplazamientos de poblaciones, son algunos condimentos.