

¿Habéis oído hablar de la indefensión aprendida? Es un concepto que nos puede ayudar mucho a comprender la conducta (y problemas de conducta) de los más pequeños. Vamos a partir de la base que las personas no se portan “mal” porque sí. Detrás de lo que llamamos “mala conducta” suele haber muchas cosas: malos entendidos, necesidades no satisfechas, preocupaciones, malestar emocional, y un largo etcétera. Por lo tanto, simplificar la mala conducta y entenderla solo desde la causa-consecuencia es algo muy reduccionista que no suele funcionar. Por regla general cuando una persona se siente bien tiene una conducta que resulta agradable para los demás: es educada, cortés, señala lo positivo, es servicial, amable, cuidadosa… y cuando una persona se siente mal, por el motivo que sea, es más bien lo contrario: de repente se pierde la educación, aparece la brusquedad, las malas formas, y se deja de pensar en los demás para centrarse en uno mismo. “Es que ya no sé qué hacer: le he quitado la consola, de ir al parque después de clase ni hablar, y le he dicho que si sigue así le quito de futbito. Pero pese a todo, su conducta es cada vez peor, ¿qué hago? Cuestiones como esta son frecuentes cuando hablamos con familias acerca de sus hijos y la disciplina. Esta semana veremos qué podemos hacer en estos casos. * Hosted on Acast. See acast.com/privacy https://acast.com/privacy for more information.


¿No sabes qué hacer con tu vida?, ¿te ves abrumado por todos los caminos que podrías tomar, y al final pasa el tiempo y no te mueves del sitio? En los próximos minutos te voy a explicar lo que trabajo con mis pacientes en consulta para ayudarles a cambiar el enfoque y salir de ese bloqueo. Lo primero es tener claro que esto no te pasa solo a ti, ni mucho menos. Te sorprendería la cantidad de gente que está desorientada, que siente que no sabe qué hacer con su vida y que mira con envidia esas personas que siempre han tenido claro lo que querían hacer. La mayoría de la gente atraviesa a lo largo de su vida varios de esos momentos de desorientación vital y no saber qué caminos tomar, pero con las herramientas necesarias es posible salir de ahí más pronto que tarde. * Hosted on Acast. See acast.com/privacy https://acast.com/privacy for more information.


Vivir en sociedad necesita una serie de compromisos por parte de todos los ciudadanos, y uno de esos compromisos que nos facilita mucho el día a día es la puntualidad, esa capacidad para acudir a una cita o completar una tarea en un tiempo previamente acordado. La puntualidad es una de esas normas sociales que está bien cumplir y respetar por varios motivos; un motivo sería que es una muestra de respeto hacia los demás. Siendo puntuales transmitimos que nos importa y respetamos a la persona o la reunión a la que vamos a acudir. Pero otro motivo más allá del respeto hacia el otro es que la falta de puntualidad sostenida transmite hacia los demás un mensaje negativo sobre nosotros mismos: dice que no somos personas en las que confiar, que fallamos a nuestros compromisos. Sin embargo muchas personas encuentran gran dificultad en ser puntuales pese a que la puntualidad no es que sea una virtud al alcance de unos pocos; cualquier persona puede desarrollar las habilidades necesarias para serlo.


¿Habéis oído hablar de la indefensión aprendida? Es un concepto que nos puede ayudar mucho a comprender la conducta (y problemas de conducta) de los más pequeños. Vamos a partir de la base que las personas no se portan “mal” porque sí. Detrás de lo que llamamos “mala conducta” suele haber muchas cosas: malos entendidos, necesidades no satisfechas, preocupaciones, malestar emocional, y un largo etcétera. Por lo tanto, simplificar la mala conducta y entenderla solo desde la causa-consecuencia es algo muy reduccionista que no suele funcionar. Por regla general cuando una persona se siente bien tiene una conducta que resulta agradable para los demás: es educada, cortés, señala lo positivo, es servicial, amable, cuidadosa… y cuando una persona se siente mal, por el motivo que sea, es más bien lo contrario: de repente se pierde la educación, aparece la brusquedad, las malas formas, y se deja de pensar en los demás para centrarse en uno mismo. “Es que ya no sé qué hacer: le he quitado la consola, de ir al parque después de clase ni hablar, y le he dicho que si sigue así le quito de futbito. Pero pese a todo, su conducta es cada vez peor, ¿Qué hago? Cuestiones como esta son frecuentes cuando hablamos con familias acerca de sus hijos y la disciplina. Esta semana veremos qué podemos hacer en estos casos.


¿No sabes qué hacer con tu vida?, ¿te ves abrumado por todos los caminos que podrías tomar, y al final pasa el tiempo y no te mueves del sitio? En los próximos minutos te voy a explicar lo que trabajo con mis pacientes en consulta para ayudarles a cambiar el enfoque y salir de ese bloqueo. Lo primero es tener claro que esto no te pasa solo a ti, ni mucho menos. Te sorprendería la cantidad de gente que está desorientada, que siente que no sabe qué hacer con su vida y que mira con envidia esas personas que siempre han tenido claro lo que querían hacer. La mayoría de la gente atraviesa a lo largo de su vida varios de esos momentos de desorientación vital y no saber qué caminos tomar, pero con las herramientas necesarias es posible salir de ahí más pronto que tarde.


A las inyecciones, a ir al dentista, la oscuridad, los monstruos…. Todos los niños tienen miedos, y algunos son tan grandes que se pueden llegar a convertir en una fobia. ¿Qué podemos hacer desde casa para ayudarles en estas situaciones y que puedan superarlos? Empezaremos el vídeo dando algunas recomendaciones para hablar del tema con nuestro peque, veremos la diferencia entre miedos evolutivos y fobias, os contaré qué hacemos los psicólogos en estos casos y veremos trucos específicos para ayudarle en casa a enfrentarse a diferentes miedos. Veamos.


Típicamente, quien está deprimido se ve a sí mismo de un modo muy negativo. Puede creer que está desamparado y solo en el mundo, y frecuentemente se culpa por errores o fallos insignificantes.** Es pesimista acerca de sí mismo, del mundo y de su futuro. Pierde el interés por todo lo que le rodea y es incapaz de encontrar satisfacción en actividades que anteriormente le producían placer. A menudo, tiene problemas para tomar decisiones o llevar a cabo las decisiones que ha tomado previamente. Pero también hay personas que pueden estar deprimidas sin mostrar los típicos sentimientos de tristeza y desánimo; en vez de esto, pueden quejarse de malestar físico o tener problemas de alcoholismo u otras adicciones. Cuando una persona parece estar siempre cansada o aburrida con lo que hace, puede que en realidad esté deprimida. Cuando niños brillantes comienzan a ir mal en la escuela durante un tiempo, también nos puede alertar de una posible depresión. Incluso puede ocurrir que niños que se muestran muy activos, en verdad pueden estar intentando compensar una depresión subyacente.


Seguro que os acordáis de hace poco la polémica con la jurado de Master Chef que grabó un vídeo echándole la bronca a su hijo con síndrome de Down mientras éste lloraba y le pedía perdón. Después publicó el vídeo en Instagram para que lo vieran sus más de 800.000 seguidores. En este caso hay poco debate: ya muchas personas salieron a decir que se trata de algo intolerable, que humilla al menor y que nunca debería haberse producido. Creo que hasta aquí estaremos la mayoría de acuerdo. Los hijos no son una propiedad de sus padres; que sí, que todos sabemos diferenciar un hijo de un bolso, una casa o un teléfono. Las personas no son objetos, hasta ahí todo claro. Pero luego en el día a día sí que hacemos a veces cosas que llevan implícito ese mensaje de: “hago lo que quiero, que para algo es mi hijo!”. A ver, sí y no: Madres y padres somos quienes tomamos las decisiones, que para eso tenemos la patria potestad, pero precisamente esa patria potestad no va tanto de darnos derechos a nosotros, como de proteger a las personas menores. La patria potestad es una responsabilidad parental que tiene ciertos límites.


¿Qué es lo que diferencia a las niñas y niños fuertes, resilientes y seguros de sí mismos?, ¿nacen así, o son fruto de la forma en la que son educados? Aunque puede haber una base temperamental, como en todo, de lo que no hay duda es que las vivencias que tengan durante su infancia, especialmente en casa, con su familia, les van a ayudar a crecer fuertes como los robles, o frágiles como delicadas flores de primavera. ¿Y cuáles son esas vivencias?, ¿qué podemos hacer para facilitar que sean fuertes, resilientes y con una sano autoconcepto? Esta semana vamos a ver 10 claves que podemos aplicar desde ya en nuestras casas.


Habréis oído muchas veces eso de que “lo mejor es enemigo de lo bueno” Esta expresión pertenece a Voltaire y la emplea para hablar de una trampa lógica que se conoce como la 'Falacia del Nirvana’: rechazar una acción o una idea comparándola con lo mejor, con algo tan "mejor" que resulta inabarcable o imposible. Lo que digo siempre, que ninguna realidad puede competir con una fantasía, ya sea un trabajo, un viaje o una pareja. Lo veíamos cuando hablábamos del síndrome de París. Pues bien, aceptar que lo mejor es enemigo de lo bueno no es tarea sencilla, ya que tendemos a pensar que lo mejor es lo mejor y punto, sin darle más vueltas al asunto. Se requiere cierto recorrido vital para entender que quizá ese “lo mejor” es una fantasía, una utopía que nos aleja de tomar buenas decisiones en el momento presente, esperando algo que quizá nunca llega.


Es la pregunta del millón: ¿a qué edad le doy a mi hijo su primer móvil? Y no es una pregunta fácil de responder. ¿Y qué problema hay con que tengan móvil antes o después? El tema de la madurez es clave, y muchos de los problemas asociados van por ese camino: cuanto más pequeños son, menos madurez tienen para ser conscientes y regular su conducta cuando emplean un móvil. Vamos a analizar cuál es la edad recomendada para dar a un niño su primer teléfono móvil y los efectos que puede tener en su desarrollo más inmediato.


¿Llevas mal el paso del tiempo?, ¿cumplir años? Con frecuencia se habla de la crisis de los 30, crisis de los 40 o crisis de la mediana edad, ¿te ocurre? Pues siento decirte que nunca jamás vas a ser tan joven como eres hoy. Quizá eres de esas personas que tienen una relación muy complicada con el paso del tiempo; mala hasta el punto de negarlo y no aceptarlo. Esta relación complicada con el tiempo suele empezar a partir de los 30 o los 40 años, edades en las que somos conscientes de los efectos que el tiempo tiene sobre nosotros y hacemos lo posible por contrarrestarlo. Pero claro, hay formas adaptativas de hacerlo, y hay otras que son bastante contraproducentes.


Vemos el tiempo libre como huecos a rellenar por actividades, sin darle valor al tiempo libre en sí mismo. Es la mercantilización del ocio y el tiempo libre como un espacio más de consumo. Pero las personas, seamos adultas o pequeñas, no podemos aprovechar todo el tiempo sin descanso. Al menos no sin llegar un momento en el que no podamos más y acabemos pagando la factura. Una factura en forma de trastornos por estrés, ansiedad, problemas de sueño, de estado de ánimo, etc. De hecho, algunas de las conductas infantiles que interpretamos como “mala conducta” están relacionadas con esto, precisamente: conductas desafiantes, irritabilidad, problemas escolares, etc.


En esta entrevista para Acofarma hablamos sobre la salud mental infantil y el papel de la familia en facilitar un adecuado desarrollo emocional. Las emociones están presentes desde que nacemos. Al principio son muy básicas, pero van evolucionando a medida que crecemos y, al mismo tiempo, se van haciendo más complejas. A los 18 meses, por ejemplo, los niños empiezan a sentir la necesidad de ser más independientes y a querer hacer las cosas por sí mismos. Esto, muchas veces, entra en conflicto con la opinión de sus cuidadores y surgen las rabietas. Alberto Soler, psicólogo especialista en el área clínica y de la salud, explica que todas las emociones son necesarias. Incluso aquellas que son menos agradables como el enfado, la rabia o la frustración. Según él, hay que evitar crear marcos emocionales en los niños con las típicas frases de “no llores” o “no estés triste”. El papel de los padres, desde la primera infancia, es hacer de referentes y enseñarles a sus hijos a gestionar y manejar sus emociones de una forma adecuada, por lo que es importante crear un entorno en que el menor se sienta cómodo y en el que pueda desarrollarse libremente. Si queremos enseñar a los niños a regular sus emociones, nosotros también tenemos que estar bien regulados.


La disonancia cognitiva se observa muchas veces en consulta, en casos de ansiedad, depresión, estrés, dificultades de adaptación u otros problemas. Como suelo explicar a los pacientes: “tu problema es que tu cabeza, tu corazón y tus pies van por caminos distintos, cada uno avanza en una dirección, y eso te genera malestar. Lo que tenemos que hacer es que cabeza, corazón y pies, pensamientos, emociones y conducta, vayan de la mano” En consulta tratamos de encontrar formas adaptativas de disminuir esa disonancia cognitiva que tanto malestar genera a la persona. Pero no todas las formas de reducir la disonancia son adaptativas; a veces incluso nos hacen estar estancados y nos impiden avanzar.


¿Qué podemos hacer para estimular el habla y enseñar a hablar a nuestro bebé? Esta es una pregunta que muchas familias nos hacen en consulta; esta semana vamos a ver una serie de trucos y recomendaciones para estimular el habla y lograr que el lenguaje se desarrolle de forma plena. Para ello identificaremos algunos obstáculos que pueden dificultar el desarrollo del habla y veremos pequeñas estrategias.y trucos para aplicar en casa.


¿Compartes tu vida con la persona adecuada?, ¿es tu relación una relación de pareja sana? A veces nos planteamos estas cuestiones pero no sabemos realmente cuáles son las características que definen una relación sana. Esta semana analizaremos cuáles son las principales características que nos indican la calidad de una relación de pareja y se relacionan con su pronóstico.


En este taller en directo organizado por Penguin Randomhouse con motivo del lanzamiento de Tengo un nudo en la barriga respondo a las preguntas más frecuentes sobre ansiedad en niñas y niños.


Los recién nacidos vienen a este mundo pequeños, inmaduros y frágiles. Totalmente dependientes de los adultos para sobrevivir. No pueden hablar, andar, o alimentarse por sí mismos, no pueden ni cambiar de postura o sostener el peso de su cabeza… Pero hay algo que saben hacer muy bien: llorar. ¿Porque por qué motivos lloran los bebes? Son muchos los motivos que pueden hacer llorar a un bebé pero, cuando vamos descartando los más obvios, nos vamos agobiando cada vez más, y es cuando nos pueden sugerir que quizá lo que le ocurre son los llamados “cólicos del lactante”.


Todos mentimos a veces, pero lo que hacen estas personas está a otro nivel: mienten sin parar; enlazan unas mentiras con otras convirtiendo su vida en una completa falsedad. Magnifican cosas que han sucedido, inventan otras completamente de cero, deforman la realidad hasta hacerla irreconocible, todo ello, para obtener un beneficio: admiración, reconocimiento o evitar las consecuencias negativas de sus actos. Estas personas generan malestar y situaciones incómodas allá donde pasan, y no es extraño que sus relaciones sociales se resientan conforme se van descubriendo sus engaños. Este patrón de mentiras es habitual entre personas con trastorno límite de personalidad (TLP), narcisistas, etc. Hoy hablamos de los mentirosos compulsivos.


La pereza, de forma aislada, la sentimos todos en ciertos momentos. A todos nos da pereza hacer según qué cosas en según qué momentos. Eso no es un problema. El problema viene cuando no se restringe a unas pocas actividades en unos algunos momentos dados, sino que marca el tono del día a día. La pereza como síntoma puede formar parte de algunos trastornos como la depresión, distimia, algunos tipos de demencia, trastornos como la fibromialgia, etc. Dicho todo esto, al grano. ¿Qué podemos hacer para vencer la pereza?


Las emociones nos acompañan a todos cada día; pueden ser emociones agradables que nos encantaría sentir a todas horas, o emociones desagradables que desearíamos no tener. El caso es que están ahí, y las emociones y su control (o mejor dicho su regulación) forman parte de la mayoría de los procesos terapéuticos. ¿Qué son y cómo regular las emociones?


Hay algunas personas que odian ser el centro de atención, también hay otras que no soportan pasar desapercibidos, y la mayoría estamos en algún punto intermedio entre esos dos extremos. No nos gusta pasar totalmente desapercibidos, pero tampoco nos apasiona ser el centro de todo. Pero, por suerte para algunos y desgracia para otros, ¿sabéis qué? Pues que habitualmente la gente no se suele fijar tanto en nosotros como en realidad creemos


Nadie hace con hábitos, ni buenos ni malos. Todos los hábitos son adquiridos o, mejor dicho, desarrollados. Y si hay algo sobre lo que trabajamos con mucha frecuencia los psicólogos son, precisamente los hábitos. De hecho, gran parte de nuestro trabajo pasa por ahí, por ayudar a otras personas a cambiar sus hábitos, abandonar los que no son útiles o constructivos y sustituirlos por otros mejores. Y os digo que no es fácil. Si lo fuera, si pudiéramos cambiarlos con facilidad, nos evitaríamos muchos de los problemas que tenemos. Por un lado tendríamos lo que se conoce como “malos hábitos” que son los que mucha gente se para media vida intentando deshacerse de ellos. La otra cara de la moneda son esos hábitos que la mayoría queremos desarrollar por contribuir en diferentes aspectos a mejorar nuestra salud o nuestra vida: el ejercicio, la alimentación saludable, la lectura, los relacionados con la organización personal, el orden, la limpieza, etc. ¿Cómo abandonar los primeros y desarrollar los segundos?


Algo que tenemos en común la mayoría de profesionales sanitarios es que lo más importante que hacemos es tratar con personas. Llámalos pacientes, clientes, usuarios… da igual. El caso es que trabajamos con personas. Son el destino final de nuestras acciones, nuestro material de trabajo. Y eso, el trabajar con personas, implica una serie de responsabilidades que hay que tener siempre en cuenta. Cuando nos dicen que “Fulanito es un gran ginecólogo” (o pediatra, médico o cirujano) “pero a nivel personal es muy seco, ni si quiera te mira cuando te habla”… ¿es fulanito un buen ginecólogo? No, no lo es. Porque fulanito trabaja con personas y las habilidades de comunicación forman parte de las habilidades básicas que debería tener. Por muchos conocimientos técnicos que tenga, si no es capaz de escuchar y hablar con amabilidad a sus pacientes, resulta que no es un buen profesional. Si no es capaz de mirarte a los ojos cuando habla, de explicar con claridad y de forma que comprendas qué es lo que te sucede, si no es capaz de dar una mala noticia con calidez y empatía... no es un buen profesional.


Todos hemos sentido a veces ansiedad; a veces la notamos en la cabeza, otras, en el pecho; y otras, en el estómago. Y precisamente eso es lo que le pasa a Penny: ¡tiene un nudo en la barriga! Después de Tengo Miedo, ahora volvemos a la carga con Tengo un nudo en la barriga, un cuento sobre la ansiedad infantil. YA en preventa y el 12 de mayo en todas las librerías. Link para la presenta en stories. https://amzn.to/3LxFe6o


Yo no bebo alcohol, tampoco fumo, lo de los juegos de azar ni me va ni me viene, y el resto de drogas, ya ni te cuento… Pero eso sí, a mi el café ¡que no me lo toquen! El del desayuno, el de llegar al trabajo, el de media mañana, el de después de comer, el de media tarde, el de antes de cenar... Y alguno otro que me dejo por el camino. ¿Eso quiere decir que soy adicto a la cafeína? Pues casi, casi… pero no!, no hablamos de adicción en el caso de la cafeína, pero desde luego es una droga con efectos claros en el SNC, que puede producir intoxicación, tolerancia y abstinencia. Hoy vamos a hablar una droga muy especial porque es la más consumida a nivel mundial, la tenemos completamente integrada y aceptada en la mayoría de culturas y la consumen personas de casi todas las edades. La tenemos tan tan asumida que a veces las personas se sorprenden cuando recordamos lo que en realidad todos sabemos: que es una droga.


Hay personas que viven atrapadas en un bucle de pensamientos obsesivos que les llevan a hacer conductas de todo tipo. Comprobar muchas más veces de lo razonable si han cerrado la puerta de casa o el gas, tener que pulsar los interruptores un número determinado de veces, repetir una palabra cada vez que ven o escuchan cierta cosa, caminar solo por las baldosas de un color determinado o lavarse las manos varias veces al día como si fueran a entrar en quirófano. Esta semana hablamos del Trastorno Obsesivo Compulsivo o, como se le suele llamar habitualmente, TOC.


¿Te preocupa que tu hijo no sabe compartir sus juguetes? Muchas familias se preguntan cómo enseñar a compartir, ya que esto genera muchas peleas entre hermanos. “Es que mi hijo no sabe compartir”, “mi hijo no comparte”, “¿cómo puedo enseñarle a compartir?”, son frases que escuchamos con mucha frecuencia en consulta, así como en charlas y talleres. Esta semana vamos a reflexionar acerca de este tema y vamos a dar claves para gestionarlo de manera adecuada.


Cuando nos enfrentamos a una amenaza o peligro, de manera inconsciente o automática, valoramos si es posible o no que ocurra. Si no es posible, dejamos de lado la preocupación, a otra cosa. Pero si es posible, entonces tenemos que valorar hasta qué punto es probable. Porque hay cosas que son posibles, como que te toque la lotería, pero muy poco probables. Tanto, que la mayoría de las personas mueren sin que nunca les haya tocado. Pues con las desgracias igual. Si es poco probable, pues podemos seguir con nuestra vida como si nada. Total, estas cosas nunca pasan. Pero, el problema es cuando una de esas cosas va y sí que ocurre. Entonces, eso altera nuestro cálculo mental. Vivimos en primera persona que lo improbable es posible y que, de hecho, también ocurre. Pero haber vivido esa posibilidad no implica que a partir de ese momento todo lo que valoremos como “poco probable”, de repente, tenga más probabilidades de ocurrir. Sigue siendo poco probable.